LA DANZA DE LA VIDA
La vida en un baile,
de una fiesta de verano.
Al ritmo de un sol
que se recoge,
bailan las parejas,
abrazados a la cintura,
al cuello, o cogidos
de la mano.
Tres colores coligen
un primer plano,
destacan el blanco, rojo y negro.
A la izquierda, la mujer
de níveo vestido,
de cabellos áureos recogidos,
de inocente mirada,
y dorado broche
ceñido a su cintura.
sus manos, delicadas
y descubiertas,
casi rozan la flor pura,
acercándola a lo divino,
al goce primerizo,
lúbrico y lascivo.
En el medio una pareja;
él de negro, ella toda roja.
Ella toma su hombro
con su mano derecha.
Él toma su otra mano
con la suya.
Ambos se sienten,
sin necesidad de mirarse,
sus labios no están juntos,
tan sólo distantes,
más es ese rojo,
que a ambos envuelve,
símbolo de un amor,
de una pasión,
lozana en la madurez,
de un ansiado encuentro.
A la derecha, la mujer
llena de oscuro la escena.
Su mirada es
huidiza y evasiva,
enlutada en su vestido
de aciaga noche,
sus dedos se entrelazan,
sus cabellos enjutos,
dejan ver su cuello,
aún firme.
Sus hombros
caen como el
día,
ya próximo a agotarse,
pero eternamente
cíclico, como ésta
danza de la vida.
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