Di no a la Literatura. Alberto Acerete

Es domingo. Llamaría verano a este exceso
de expectativas, aunque esté a punto de arroparme.
La cama de mis padres suple el terreno
del que se me arrancó.

Supongo que me gustaría
hacer justicia al amor que recibí y, por tanto,
seguir echándolo de menos. Pero aquí
no hay nadie más. 
Diría que estoy bien
ahora que solo escucho una pelota ventana abajo, donde
tres palmos de persiana bloquean el exceso, donde
sobre el colchón, reposo la luz
en cuarentena. 
Al acelerarse el golpeo,
supongo a un niño botando un balón. 
Absolutamente, pienso,
todo se regenera. 

El edificio de enfrente que bloquea las nubes, sobre mi cristal,
crea una copia exacta. Me planteo
si empezar un libro y aprovecharme en el espacio. 
Me antepongo a mí, precisamente por eso. 
Acabo de descubrir que no necesito
nuevas voces ni vidas fuera; no ahora que he empezado
a aceptarme en la mía. 
Me giro pensando que ojalá
no vuelva a necesitar la literatura. 
No volver a escribir,
lo agradecería tanto. No volver a recordar al hombre. No obstante,
me duermo asumiendo la realidad
en cada uno de sus términos. Poniéndome a mi altura,
me comunico. 
Me digo todo pasa y, por muy tratado que esté el amor,
también se olvida todo.

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