Dualidad, Guillermo Rodríguez Martínez

Cuando uno crece rodeado de libros en casa,
lo más normal es que antes o después le dé por consultar
alguno. Poco a poco, curioso como Alicia,
uno sentirá curiosidad de ver adónde lleva esa madriguera.
El problema es que una vez dentro no va a querer salir
de ese país tan maravilloso que son las Letras.
A mí me gusta leer novelas y, sin embargo, me dio por escribir poesía.

Este poemario se divide en dos partes: mundo idílico y mundo sensible.

La primera parte consta de poemas de infancia y juventud, pues,
como dice Adriana, yo también tengo muy reciente mi infancia
 y la recuerdo con nostalgia, aunque sé
que fue una etapa necesaria que ya ha pasado.
Estos poemas tienen métrica y rima, buscan la belleza
y hablan de esta etapa tan idílica exenta de problemas.

La segunda parte contiene poemas con una mayor
libertad poética en rima y métrica, y tratan sobre todo
temas mundanos y propios de un ser humano adulto,
independiente, que tiene que lidiar con una
sociedad que él no ha elegido y en la que vive,
que se da cuenta de que el problema no solo es la sociedad,
sino que él también debe cambiar y transformarse
y necesita expresar lo que le está ocurriendo de alguna forma.

Hay una gran influencia de poetas de calle
y de otra etapa diferente de mi vida aquí, en Madrid,
donde abundan las jams de poesía y los recitales poéticos.

No soy supersticioso, ni creo en las casualidades. Estudié
una ingeniería, me enseñaron a pensar con lógica y a no
dejar variables al azar. Las casualidades se construyen
preparándose uno mismo y estando alerta a las oportunidades
que se presentan.
Creo que todo es energía en continuo cambio. Nuestra
perspectiva a medida que crecemos también lo hace. Y, a
través de este cambio, vamos dando forma a nuestra
vida: solo nosotros decidimos qué hacer con el tiempo
que nos pertenece.
Hay trece poemas en cada mundo o, debería decir, doce
más uno. Este número tiene sus peculiaridades y a veces
ha aparecido en mi vida. Los antiguos egipcios consideraban
que la decimotercera fase del ciclo de la vida era
la muerte, esto es, la vida después de la muerte, aunque
pensaban que era una vida ideal. También el número
trece representa la transformación, el cambio.

Hay trece lunas llenas al año. En la novela de Murakami
“1Q84” (titulada como un número de cuatro dígitos que
suman trece), los personajes se ven arrastrados a un
nuevo mundo, gobernado por dos lunas. En él todo parece
ser igual, salvo que en el cielo se elevan dos astros. Uno
es la luna de siempre. A su lado, aparece otra luna más
pequeña, con un tono verdoso.

No sé si lo que he escrito aquí es un testamento emocional,
pero os invito a recorrer este mundo idílico que sabe a
nostalgia, a que os transforméis para llegar a otro mundo
más humano, más sensible, a que renazcáis,
como el águila que destroza su pico contra la roca,
arranca sus garras y se desprende de todas sus plumas
hasta convertirse en un nuevo ser.


Guillermo Rodríguez
Madrid, 2017



Poemario autoeditado


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