Sergio Escribano. La Piel

Uno se pregunta que queréis que os diga,
que le falta a cada calle para haceros mella, a cada hora, qué queréis oír de boca ajena, qué le falta a cada cuarto, cada costal, cada página, cada escalera, qué está esperando cada boquita, qué mentira o empujón nos pone en marcha, qué fuego demanda cada atardecer para incendiarnos.

Qué edición, qué putas palabras hay que desnudar 

para que el tiempo y el sueño se sometan 
sin hacerse daño en el guión. 

Uno se pregunta si no será que en realidad 

cada cual lo que necesita es 
su propia lengua disecada en cada esquina, 
pasos de baile, 
voces de máscaras, 
bordar el tiempo 
llanto del viento, 
a saber. 

Uno se pregunta qué clase de mentira 

queréis que salga de mi boca, 
si algún espejo nos desgrava, 
qué baba dejar escapar a la sopa de carne muerta 
que queda en el plato, 
cuánto falta para llegar a casa, 
cuánta mierda hay que tragar para echar alas 
y cuánto espacio hay que habitar al desplegarlas. 

Uno piensa que no hay nada que hacer, 

que está indefenso contra el ego y su maquinaria gutural, 
que tiene sus limites, 
que la tierra no nos necesita 
como nosotros no necesitamos más poetas. 

 Uno se dice que a la mierda, 

que le den por culo, 
que os den por culo a los lectores de poesía a los escritores, 
a quien tenga algo que decir 
y a quien esté esperando que le digan lo que necesita. 

Sales a la calle y aún bajo la lluvia 

hay mil borrachos dispuestos a bailar bajo la rima, 
a enfermar de emoción mientras el tiempo pasa. 

Y no hace falta ni un poeta que inaugure mundos 

ni quemar el mobiliario urbano de la imaginación en cada plaza, 
ni siquiera un piano que ventile el corazón, 
solo cuchillos que corten bien los cuerpos encarnados 
en la nada de la piel de los delfines que habitamos.






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